El director Nacional de Policía, Mario Layera, conversó con Infopráctica sobre la inseguridad en las comunidades.
– ¿Cómo observa la inseguridad en los pueblos y pequeñas ciudades?
– El fenómeno del delito contra la propiedad no es nuevo y es un problema que siempre existió, con la diferencia que los registros de denuncias de años anteriores no eran los mismos a los actuales. La gente siempre percibió la inseguridad y fue una demanda que estuvo presente en la policía, y se basaba en hechos que ocurrían: hurto de garrafas, bicicletas, cigarrillos, etc.
– ¿Pero han crecido los delitos?
– Desde que llevamos registros sistemáticos hemos visto un aumento del delito contra la propiedad privada, que sigue siendo prevalente, como también de la violencia en ese delito a la propiedad. En grandes rasgos el delito a la propiedad se puede clasificar en rapiña y hurto, cuando baja el hurto y crece la rapiña decimos que crece la violencia. Eso es lo que ha cambiado, es un conflicto que se observa de diferente manera. También ha crecido en el interior la violencia doméstica y el homicidio. Son fenómenos que indican que las pequeñas ciudades no están alejadas de la dinámica criminal.
– ¿Qué generó esa dinámica?
– Creemos que esa situación se derramó por el microtráfico de drogas. Es uno de los factores más visibles que están alimentando esa violencia que se encuentra en el interior y también en el área metropolitana.
– ¿Cómo impacta socialmente un hecho delictivo en una pequeña ciudad?
– Un hecho en una ciudad del interior tiene un impacto social más grande y más cuando el caso no se aclara o se tiene la idea que las personas que cometen el acto no son de la comunidad. La sensación de inseguridad es más alta y reclama más a la policía. Por ejemplo, un hecho en Paso de los Toros será muy importante para la comunidad y la gente sentirá más inseguridad porque sucedió eso, aunque no es una problemática ajena a otras ciudades de Uruguay y del mundo.
– Y que tiende a hacer la población.
– La comunidad busca respuesta a través de sus representantes, colectivos o aquellos contactos que muevan al Estado, y la oficina de la policía es la primera que se visita. Algunas pequeñas ciudades han planteado al Ministerio del Interior la instalación de una red de cámaras de seguridad y, por ejemplo, la semana pasada en Colonia Valdense, una ciudad de 3.800 habitantes y de las últimas en el índice de delitos, se inauguraron 30 cámaras de videovigilancia. Muchas ciudades lo están aplicando.
– ¿Con esas herramientas la gente siente mayor seguridad?
– Parecerían que fueran más ojos mirando, pero no es así. Por solo instalar una cámara no voy a estar más seguro, la cámara tiene que estar asociada a una buena respuesta. De todos modos sí da más sensación de seguridad y hay una disuasión de los delitos, que no significa que eso tenga una efectividad del cien por ciento.
– Es posible que en Paso de los Toros se instale UPM, eso significa el arribo de mucha gente a la ciudad, ¿es más inseguridad?
– Es natural que la sociedad sienta temor o desconfianza hacia lo que vendrá, porque va a cambiar todo, llegando gente nueva y extraña. Pero en experiencias anteriores ha sido beneficioso en las pequeñas comunidades porque aumenta la seguridad y el intercambio económico, dado que hay más oportunidades de trabajo y de todo tipo.
– Y cuando la obra se termina, ¿qué pasa?
– Cuando eso se retira después de un periodo de tiempo importante deja una comunidad fuerte, trabajando y crea nuevos lazos. Todo eso contribuye a construir una nueva relación social.
– ¿Cómo ve el comportamiento social en las pequeñas ciudades?
– Algunos sociólogos hablan de una sociedad de consumo, con mayor atención a todo lo material, y un alejamiento de las normas de convivencia que en el pasado fueron muy importantes para mantener a una comunidad equilibrada y segura. Cada vez nos relacionamos menos y desde el punto de vista humano somos más individualistas. No prestamos atención al relacionamiento de la comunidad o no participamos de las acciones colectivas, pero cuando lo hacemos siempre predomina el «yo» y todos gritamos o pedimos, aunque nadie hace o colabora.
– ¿Eso dificulta el trabajo de la policía?
– Cuando se deben esclarecer los delitos importantes la policía no tiene una bola de cristal que te dice todas las respuestas, y hay que ir al lugar y recoger la evidencia material o el testimonio que siempre fue relevante. En el interior siempre fue muy común que se aporte la información y había buen relacionamiento entre la gente y la policía. Hoy no existe y la gente no quiere dar testimonios. Si no es problema de la persona, ésta prefiere no meterse. Pero cuando le toca siempre quieren que lo ayuden y se siente mal cuando los demás no lo hacen. Actualmente la policía debe trabajar casi sin información y tiende a ser cada vez más científica.
– ¿Se perdió la confianza?
– La confianza sí se perdió, no es tanto el miedo si no que los valores de confianza y convivencia. El problema es entre la gente, entre la gente y las autoridades y entre la gente y la policía. Estamos en un mundo de desconfianza y eso genera miedo en algunas personas.
– ¿Cuál es su reflexión final?
– El factor fundamental es la fragmentación de las comunidades. Hay que recuperar los valores que logren intensificar la solidaridad y la confianza. Se necesita una respuesta reflexiva a todo lo que sucede y menos individualista a la que tenemos hoy.